Hoy mi mamá me llamó por teléfono porque nos vimos ayer. La fui a ver a su casa porque se juntó el día de la madre y mi cumpleaños, entonces salió junta familiar con tías, tíos, primas y sobrinos. Hablamos de muchas cosas, pero hoy ella me llamó solamente por una: si había tomado yo una pasta de dientes nueva que estaba en el mueble del baño. Y la verdad es que sí, pero la tomé sólo para echarme un poco a la boca, de apuro, y antes de probarla ver que era una pasta gris oscura, una cosa medio rara, entonces miro el envase y veo que dice “carbón activado”. Ah, están fabricando varios productos de limpieza con esta fórmula, pensé, pero me sorprendió que hubiesen llegado tan rápido a las pastas de dientes. Me eché un poco de la pasta con un dedo a la boca, me la esparcí con la lengua en los dientes por el frente, y luego sonreí al espejo mostrándolos y esperando ver una sonrisa oscura. No la vi porque hacía falta mucha más pasta para lograrlo y yo sólo quería mejorar mi aliento antes de viajar de vuelta a mi casa. Por ese tubo de pasta me llamaba mi mamá, esperando una solución simple, pero yo al decirle que no me lo había traído, abría la posibilidad de que alguien más de la familia lo hubiese tomado. Un tío, tía, prima, sobrino. Sus caras aparecen una a una en mi mente. Uno de ellos quizá estuvo esa tarde o esa noche, frente al espejo de su casa, practicando una sonrisa. Desbordando una sustancia oscura, brillante y espesa hacia su mentón, mientras sus ojos achinados centellean de una extraña alegría, con una sonrisa frenética. Una sonrisa completamente negra.